Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
(Juan 14, 15-16.23b-26)
Introducción
Isaac y Dina están con su familia en Jerusalén para la gran fiesta judía de Pentecostés. Sus corazones todavía recuerdan lo que pasó con Jesús. Pero esta mañana, algo extraordinario sucede. Están cerca de la casa donde se reúnen los discípulos. De pronto, un viento fuerte sacude el lugar. Se oyen voces, cantos, idiomas que no entienden. Se acercan corriendo y ven a los apóstoles salir con los rostros radiantes, con alegría, hablando con personas de todas partes. Dina mira a Isaac: “¿Qué ha pasado?” Él sonríe: “¡Es el Espíritu que Jesús prometió!” Los niños no entienden todo, pero sienten una paz y una fuerza nuevas. Algo ha comenzado… y ellos también quieren ser parte.
Comentario
Jesús sabía que sus amigos podían sentirse tristes, confundidos o con miedo después de su partida. Por eso, antes de irse, les hizo una promesa: les enviaría el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el gran regalo de Jesús para nosotros. No se ve, no se toca, pero se siente en el corazón. Es como el aire, no lo vemos, pero lo necesitamos para vivir. Así es el Espíritu, nos da vida, luz, alegría, fuerza y sabiduría. Jesús dice que el Espíritu Santo nos recordará todo lo que Él nos enseñó. Es como un amigo invisible que nos habla por dentro, que nos ayuda a tomar buenas decisiones, que nos anima cuando tenemos miedo. En Pentecostés, celebramos que esa promesa se cumplió. El Espíritu bajó como viento y fuego, y los discípulos salieron llenos de valentía a contar al mundo todo lo que habían vivido con Jesús. Hoy, el Espíritu también está contigo. Te ayuda a amar, a perdonar, a rezar, a decidir bien, a no rendirte. Cuando te portas como Jesús, ¡es porque el Espíritu vive en ti!
Para reflexionar
- ¿Cuándo he sentido que Dios me daba fuerza o alegría en el corazón?
- ¿Escucho al Espíritu Santo cuando tengo que elegir entre el bien y el mal?
- ¿En qué momentos puedo invocar al Espíritu Santo durante el día?
Oración
Espíritu Santo,
vienes del cielo
como viento suave
y fuego brillante.
No tienes rostro,
pero te siento.
No tienes voz,
pero me hablas.
No tienes manos,
pero actúas en mí.
Tú eres la fuerza
que me anima cuando estoy triste,
la luz que me guía
cuando tengo dudas.
Espíritu de Dios,
llena mi corazón de alegría,
enséñame a rezar con verdad,
a hablar con amor,
a perdonar sin rencor.
Hoy quiero decirte:
sí, Espíritu Santo.
Ven a mi vida,
quédate conmigo,
guíame siempre
por el camino de Jesús.
Amén.

“Francisco y Clara de Asís, morada del Espíritu Santo, Un nuevo Pentecostés franciscano”
Estar llamados a lo que se decía al inicio sobre el carisma franciscano: no consiste en mirar a Francisco, sino en mirar a Cristo con los ojos de Francisco. Hay algo que permanece inmutable desde Francisco hasta nosotros, sean cuales sean los cambios históricos y sociales: el Espíritu del Señor. Toda la vida del Pobrecillo, si se le presta atención, acontece bajo la guía del Espíritu Santo. Casi cada capítulo de su vida se abre con la observación: “Francisco, movido, o inspirado, por el Espíritu Santo, fue, dijo, hizo…”.
Los seguidores de Francisco se preguntan qué puede significar, acoger la gracia del “nuevo Pentecostés” invocada por Juan XXIII. Esa gracia exclama y dice: Ven Espíritu creador. Renueva el prodigio obrado al comienzo del mundo. Entonces la tierra estaba vacía, desierta, y las tinieblas cubrían la faz del abismo; pero cuando empezaste a aletear sobre él, el caos se transformó en cosmos (Cf. Gn 1,1-2), o sea, en algo bello, ordenado, armonioso. También nosotros experimentamos un vacío, la impotencia de darnos una forma y una vida nueva. Mueve tus alas, ven sobre nosotros; transforma nuestro caos personal y colectivo en una nueva armonía, en “algo bello para Dios” y para la Iglesia.
Buscando el reencuentro con uno mismo, recorremos el camino de San Francisco de Asís en este nuevo pentecostés, interiorizando las etapas de su conversión, buscando la pobreza, el desapego de las influencias de este mundo, vaciando el ser, y abriendo las puertas del alma al Espíritu Santo. Discerniendo la vida evangélica, buscamos sembrar y cosechar los dones del Espíritu de Dios, considerando las gracias que se consiguen en la superación de cada etapa de nuestra vida.
ORACIÓN
Señor, derrama tu gracia sobre mí. Y que tu poder haga de mí una nueva creación.
Envíanos Padre los dones del Espíritu Santo, y por la intercesión de la Virgen María, envía a nuestro corazón el Espíritu Santo. Ven, Espíritu Santo, y dame el don de Sabiduría. Ven, Espíritu Santo, y dame el don de Entendimiento. Ven, Espíritu Santo, y dame el don de Consejo. Ven, Espíritu Santo, y dame el don de Fortaleza. Ven, Espíritu Santo, y dame el don de Ciencia. Ven, Espíritu Santo, y dame el don de Piedad. Ven, Espíritu Santo, y dame el don del Santo Temor de Dios. ¡Ven Espíritu Santo!, llena nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de tu amor. Amén
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.