“Buenaventura fue amado por Dios y por el pueblo de los fieles” y “todos los que le conocieron en vida se llenaron de profundo afecto hacia él”
En julio de 1274, terminaba la vida de Buenaventura, gastada con generosidad y pasión en tres ámbitos que representan también para nosotros aspectos constitutivos de nuestra vocación religiosa que hemos de “meditar”, como nos invitaba Pablo VI al principio, con “atención”. Como maestro de teología, Buenaventura nos enseña el camino de la inteligencia sapiencial por el que podemos pasar de la confusa oscuridad del bosque a una comprensión más profunda de nuestra fe (iluminación), sacando “las cosas ocultas a la luz”. Como ministro de la Orden, nos recuerda nuestro compromiso de hacer de nuestra vida un testimonio animado por la disposición a la renovación (purificación) de modo que, incluso en circunstancias temporales y culturales radicalmente distintas, nuestra vida de minoridad siga siendo un “espejo luminoso de santidad”. Como místico, nos muestra el centro desde el que todo se origina y se realiza, es decir, Cristo Crucificado, que desde la cruz otorga “el fuego del Espíritu Santo” por medio del cual alcanzamos nuestro fin último: “ser trasladados” y “transformados en Dios”, el Uno que llena todas las cosas y las hace buenas y bellas.
2 de febrero de 2024 PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
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