En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.
El Señor contestó: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería. ¿Quién de vosotros, que tenga un criado arando o pastoreando, le dice cuando llega del campo: «Ven, siéntate a la mesa»? ¿No le dirá más bien: «Prepárame la cena y sírveme mientras como y bebo; y luego comerás y beberás tú»? Tendrás quizá que agradecer al siervo que haya hecho lo que se le había mandado? Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer». (Lucas 17,5-10)
Somos servidores del Reino, felices por poder vivir esta misión. Somos inagotables camareros de la alegría del compartir, de portar en la bandeja del banquete compartido las cosas de cada día: la convivencia familiar, los cumples, el trabajo, el deporte, la celebración eclesial… Darle colorido a lo cotidiano, haciendo lo que hemos de hacer. Satisfechos de desgastar energía e ilusiones por los demás. Por eso plantamos la semilla del Amor, porque sabemos que es la mejor manera de crecer.
Portamos, además, la toalla del Amor, la de Aquel que se agachó y se puso a servir los pies. Esa toalla es tan importante. Que no se nos olvide lo que significa. Que lo hagamos vida.
Cada uno tendrá que ver cómo están sus ganas de sembrar, de hacer vida la Palabra, de renovar la frondosidad del Amor de Dios, que siempre nos espera y da miles de oportunidades. No desaprovechemos el tiempo para dejar de amar. Plantemos. Plantemos corazones. Plantemos amor.