Hoy celebramos a san Bernardo de Corleone, santo capuchino. Vamos a conocer un poco más de su vida para que el ejemplo de este gran santo nos sirva a nosotros.
Filippo Latini, que es su nombre de pila, nació en Corleone en 1605, en una familia profundamente cristiana, conocida como “la casa de los santos”, en la que el padre, Leonardo, zapatero y peletero, creó un ambiente religioso que se traducía en la vida espiritual manifestada prácticamente en la atención y preocupación por los más necesitados. Todo esto contribuyó a formar la persona de Filippo como también la de sus hermanos y hermanas.
Evidentemente también influyó en Filippo la situación social que se vivía en su ciudad que quería huir de la resignación y del papel del país dominado. A estos dos elementos hay que añadir un tercero: el carácter de Filippo dispuesto a provocar un incendio ante la más pequeña chispa. Así fue como actuó ante la provocación de un sicario, pagado para acabar con él, y al que hirió dejándole sin un brazo. El hecho le produjo tal impresión que, después de darle muchas vueltas, le llevó pedir el ingreso en el convento de los capuchinos.
Desde entonces su vida dio un vuelco total. Todo su afán será dominar su carácter ardiente, consiguiendo destacar por su amabilidad, cercanía, fraternidad. Cuenta un contemporáneo que, en cierta ocasión, tuvo un primer movimiento de cólera, sin que llegara a traducirse en obras, y eso fue suficiente para que inmediatamente pidiera perdón, primero, y, después, se sometiera a una dura penitencia.
De su vida religiosa podemos destacar tres aspectos fundamentales. En primer lugar, su vida de oración que envolvió toda su existencia, centrada en torno a unos núcleos básicos: María, la Madre, a la que honraba continuamente y en la que encontraba fuerza para caminar; la Eucaristía, en la que se alimentaba diariamente, a pesar de no ser la práctica normal en aquel tiempo; Cristo Crucificado, el libro que le enseñaba todo lo que no podía aprender en los otros libros porque era analfabeto.
Desde aquí, en segundo lugar, aprendió a vivir en fraternidad siendo fiel servidor de todos los hermanos, especialmente de los más necesitados; especial cariño y cercanía dedicaba a los enfermos y a los frailes que llegaban de viaje a los que enseguida lavaba los pies y les facilitaba lo necesario para que descansasen.
Por último, los trabajos que realizó a lo largo de su vida, centrados fundamentalmente en la cocina, la atención a los enfermos y, finalmente, en el cuidado y servicio de la iglesia.