“Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”. Con estas palabras, San Francisco de Asís nos recuerda que nuestro hogar común es como una hermana con la que compartimos nuestra vida y una hermosa madre que abre sus brazos para abrazarnos. Esta hermana ahora llora por el daño que le hemos infligido por nuestro uso irresponsable y por el abuso de los bienes con los que Dios la ha dotado... Por eso la tierra misma, agobiada y asolada, es una de las más abandonadas y maltratadas de entre las pobres; ella "gime con dolores de parto" (como dice san Pablo). Por ello, confesamos:
Pertenecemos al Creador a cuya imagen todas las personas fuimos formadas.
En Dios respiramos, en Dios vivimos, en Dios compartimos la vida de toda la Creación.
Pertenecemos a Jesucristo, el verdadero rostro de Dios y de la humanidad.
En él Dios respira, en él Dios vive, por él nos reconciliamos.
Pertenecemos al Espíritu Santo, que nos concede nueva vida y fortalece nuestra fe.
En el Espíritu respira el amor, en el Espíritu vive la verdad,
el aliento de Dios siempre nos impulsa.
Pertenecemos a la Santísima Trinidad, que es una en todo y tres en uno.
En Dios fuimos formadas todas las personas,
en Cristo somos todas salvadas,
en el Espíritu estamos todas unidas.
Juntos y juntas, pertenecemos a la Tierra, nuestra casa común.
Del Señor es la Tierra, y todo lo que hay en ella.
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