Como es natural, no todos los discípulos creyeron inmediatamente la resurrección de Jesús. Fueron dándose cuenta poco a poco. San Lucas nos cuenta la historia de los discípulos de Emaús. Se marcharon a su casa desilusionados por la muerte de Jesús en la cruz.
Jesús se les apareció durante el camino a su aldea de Emaús. Le costó levantarles el ánimo porque era tanta su tristeza que no eran capaces de reconocerle. Jesús les explicó que tenía que padecer y resucitar. Y le invitaron a cenar y quedarse con ellos, pues era ya de noche.
Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció. Ellos comentaron: ¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba de las Escrituras? Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron a los Once reunido con sus compañeros diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Jesús, a veces somos como los discípulos de Emaús.
Nos cuesta creer en tu resurrección,
no comprendemos bien el modo de actuar de Dios.
Pero lo importante es que estás vivo y repartes tu vida continuamente.
También hoy te decimos: “Quédate con nosotros,
llena nuestro corazón de tu alegría,
y enséñanos a descubrirte cada día de nuestra vida.
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