El papa emérito Benedicto XVI experimentó el dolor de la traición al ver cómo uno de sus hombres de confianza, Paolo Gabriele, filtraba documentos privados a los que había tenido acceso por su cercanía al él. La justicia le juzgó y condenó a prisión por robo pero, cercana la Navidad, el papa le visitó en su celda para anunciarle el perdón de corazón y permitirle reanudar la vida junto a su familia. En otras circunstancias, en 1983 el Papa san Juan Pablo II ofrecía también en la cárcel su perdón a Ali Agca, el hombre que había atentado contra él con tres disparos. Estos gestos de nuestros papas son, sin duda, dos grandes lecciones en el magisterio de la misericordia.
Tú nos enseñas Señor que, en las matemáticas del amor,
la fórmula del perdón siempre tiende al infinito.
Haz que vivamos con ganas de cambiar nuestra vida,
para ser mejores personas y siempre dispuestos al perdón.
Concédenos Padre que entendamos que perdonando se es perdonando
y muriendo a nosotros mismos es como resucitamos. Amen.
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