el enviado del Padre, el Ungido por el Espíritu.
Confieso que vive, que ha vencido a la muerte, que es la Vida.
Confieso que Jesús es el que salva, el que libera, el que nos resucitará.
Al decir Jesucristo, acepto que se hizo hombre y que murió por nosotros.
Pero creo que vive en la Iglesia, en los sacramentos, en los hermanos.
Al decir Jesucristo, confieso que su palabra es luz y vida,
que su Espíritu es Amor y libertad, que es hijo del Padre
y meta de todo cuanto existe.
Al decir Jesucristo, me comprometo además
a que no sea una figura del pasado, sino mi vida,
el mejor tesoro, mi mejor amigo.
Digo que él es el Señor, que soy de él y para él,
que mi verdadero nombre es cristiano: seguidor de Cristo.
Y al decir Jesús, estoy señalando también al hermano,
al cercano, al amigo, al que sufre, a la comunidad.
Jesucristo está en ellos, es cada uno de ellos.
Está en cada corazón, en cada grupo,
en cada familia y en la Iglesia. Amén.
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