Un día preguntó el discípulo a su maestro:
- Maestro, ¿porqué la humanidad siempre se ha visto envuelta en la guerra?
Se puso serio el anciano y tardó unos minutos en responder:
- La Paz no es fácil. Hay muchos presupuestos que el hombre no quiere poner en práctica. Para conseguir la paz, la idea de universalidad debe prevalecer a la de clan o de grupo. Si no nos consideramos hermanos, por encima de razas, naciones, continentes...es imposible la paz.
Volvió a guardar silencio. Suspiró y volvió a hablar:
- No se trata sólo de desarmar a los países. Hay que partir del desarme de los corazones. Debe prevalecer la confianza entre los pueblos y los organismos internacionales han de tener un papel verdadero. Los caminos que conducen a la paz son el diálogo, la justicia y la libertad. Pero mientras no eliminemos de nuestros corazones el odio y de nuestros actos toda clase de violencia, la paz no es posible. Porque, además del diálogo, la justicia y la libertad, la paz es fruto del amor.
Miró a los ojos del discípulo y concluyó:
- Por esto es tan difícil la paz en nuestro mundo.
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