Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios. Juan 3,14-21
PENSAMOS. Pon la LUZ de Jesús en cada ámbito de tu vida (casa, cole, familia, trabajo,…) y todo cambiará. Pasaremos por túneles pero Jesús y su luz nos iluminará. Creer en Él es dejar que Dios ilumine toda tu vida, eliminar lo más oscuro de nuestro corazón y actuar según su Palabra.
La diferencia entre los que aceptan la luz y los que huyen de ella no está tanto en «ser» bueno o malo, está, como dice san Juan, en la fe, en creer en Jesús. Es decir, creer que Jesús nos puede iluminar, nos puede transformar, nos puede ayudar a crecer, a mejorar, a desarrollar nuestras posibilidades. Ser creyente no significa ser superior a nadie, sino estar convencido de que Dios nos quiere dar la vida a todos, y por eso, nos ponemos a su disposición.
REZAMOS. Creo, Señor, que Tú eres la luz del mundo. Me enseñas a ser tu amigo, a querer a todos, a ser generoso y a estar con quien lo necesita. Dame tu luz para que me ayude a ser mejor cada día. Que yo también sepa ofrecérsela, con sencillez de corazón, a los demás, para que te conozcan y puedan seguirte.
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