Preguntó un sabio a sus discípulos si sabrían decir cuando acababa la noche y empezaba el día.
Uno de ellos dijo: Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo.
– No, – dijo el sabio.
Otro discípulo dijo: Cuando miras un árbol a distancia y puedes distinguir si es un mango o un anacardo.
– Tampoco, – dijo el sabio.
Entonces los demás discípulos dijeron: ¡Esta bien! ¿Dinos cuándo es?
Y el sabio respondió:
– Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano; cuando miras a la cara a una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si no eres capaz de esto, entonces, sea la hora que sea, aún es de noche.
Estamos muy acostumbrados a poner fronteras a todo tipo de personas. Es lo que nos han enseñado desde pequeños. Es más, incluso ponemos fronteras invisibles, de las que muchas veces no somos conscientes. Jugando con el simbolismo que supone la luz y la oscuridad, la noche y el día, el cuento nos presenta las fronteras que ponemos a diario en nuestro trato con los demás. Muchas estructuras nos separan, pero lo que más nos aleja de los otros son nuestras propias actitudes, aquellas que decidimos poner en nuestras vidas: superioridad, soberbia, rivalidad,... son sólo algunas de ellas.
Jesús, queremos pedirte que nos ayudes a ser instrumentos de tu paz. Que en vez de enfadarnos cuando no conseguimos lo que queremos, valoremos lo que ya tenemos. Que en vez de querer las cosas sólo para nosotros, disfrutemos compartiéndolas con los demás. Que en lugar de lamentarnos por las cosas que están mal, nos pongamos en marcha e intentemos cambiarlas. Que cuando alguien se enfade por nuestra culpa, seamos capaces de pedir perdón. Que cuando nos encontremos con alguien que no esté tranquilo, elevemos una oración por él. Amén.
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