Érase un cuerpo perfecto, armonioso y fuerte en el que todos sus miembros se desenvolvían en perfecta coordinación y efectividad. Hasta que en cierto momento de agobio dijo la mano derecha a la izquierda: “Esto se está pasando, date cuenta cómo trabajamos: nosotras no paramos un segundo y total... sólo para tener al estómago contento: él no pega ni golpe”.
Con similar argumento también las piernas se quejaban: “Y nosotras le llevamos aquí y allá, paseándolo tan ricamente y él se limita sólo a dejarse llevar. ¡Vaya caradura!”.
Así que las partes del cuerpo decidieron ponerse en huelga pues estaban cansadas de trabajar para que el estómago tuviese comida.
Pasaron unos días y todas las partes del cuerpo se sentían desfallecer. Entonces el estómago habló: “Yo también me siento muy débil. Si me alimentáis podré trabajar de nuevo y vosotros y yo nos sentiremos mejor”.
“Bueno, vale la pena probarlo” –dijo la mano derecha.
Y las piernas con mucha dificultad llevaron el cuerpo a la mesa, las manos cooperaron y metieron la comida en la boca. Al poco rato, todos los miembros del cuerpo empezaron a sentirse mejor.
Entonces comprendieron que todos los miembros del cuerpo deben cooperar unos con otros si quieren conservarse con buena salud. Y el estómago entendió también que él dependía del trabajo de los demás miembros y que debía repartir por igual con los demás miembros todo lo que a él le llegara.
Jesús, queremos pedirte que nos ayudes a ser instrumentos de tu paz. Que en vez de enfadarnos cuando no conseguimos lo que queremos, valoremos lo que ya tenemos. Que en vez de querer las cosas sólo para nosotros, disfrutemos compartiéndolas con los demás. Que en lugar de lamentarnos por las cosas que están mal, nos pongamos en marcha e intentemos cambiarlas. Que cuando alguien se enfade por nuestra culpa, seamos capaces de pedir perdón. Que cuando nos encontremos con alguien que no esté tranquilo, elevemos una oración por él. Amén.
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