viernes, 15 de mayo de 2020

CUENTO: LAS MANOS DE MAMÁ

El rabino ya había dado la señal para comenzar la celebración del sábado en la sinagoga.
- Jesús, vamos a recordar el descanso del Altísimo al crear este mundo de colores, trinos, perfumes y toda clase de sabores. ¡Y todo lo hizo con su Mano poderosa!
En ese momento el Niño dio una zancada para adelantarse a su Madre en las jambas de la puerta.
- Dame la mano.
- Mamá, ya voy solo. ¿A que llego antes que tú?
- Y aceleró el paso, sin llegar a correr, porque le habían enseñado que el sábado es el día sin prisas.
- Se me está haciendo mayor... - dijo María en voz baja, pero perceptible a los oídos despiertos de Jesús- . Su tono mezclaba la nostalgia y la satisfacción.
Subieron al piso reservado para las mujeres y los niños, separado de la sala principal por una celosía. María ocupó el extremo del primer banco. Jesús, como siempre, se asentó a sus pies, tomando como respaldo las rodillas de su Madre.
María posó sus manos cariñosas sobre los hombros de Jesús. Le ayudaba a estar, como un cervatillo, atento, y con una presión de los dedos le advertía de lo destacable. Hasta la coma, no pronunciada, captaba el Niño.
El rabino comenzó el recitado del Salmo 22.
- "... desde el vientre materno Tú eres mi Dios..."
La emoción de la Madre la sintió el Niño en los hombros que querían empezar a ser de hombre.
- "... me cerca una banda de malhechores..., taladran mis manos y mis pies...".
Jesús cruzó el pecho con su brazo para buscar la mano de su Madre. Asió sus cuatro dedos y no los soltó mientras duró el rezo del Salmo, con su último verso.
- "... Todo fue obra del Señor."
Al salir al sol del mediodía, antes de que iniciaran la conversación las comadres, Jesús advirtió.
- Mamá, tienes una herida en la mano.
- Sí, Hijo, se me hincó una astilla de un tablón, ayudando a tu padre. No es nada.
- Mamá, yo no me he herido nunca en la mano. ¿A que si me clavo algo me vas a curar con vinagre y sal, aunque duela?
- Sí, Hijo, y con besito de bálsamo.
Y le besó la mano, que ya apuntaba en dedos de varón, antes de dejarle suelto para el encuentro con los demás muchachos.
- Ya no necesita mis caricias. Esta Pascua empezará a ser Hombre.

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