En la vida de María también hubo momentos difíciles, tristes y amargos. De todos, el más difícil es cuando ve morir a su hijo en la cruz. Ella que siempre estuvo al lado de su hijo no dudó en estar ahora también con él al pie de la cruz. Fue entonces cuando Jesús, fijándose en su madre y en su discípulo amado, Juan, nos hace un hermoso regalo: a María, su madre, y desde ese momento, también nuestra madre.
María no fue una superheroína o alguien que tuviera las cosas más fáciles que nosotros. Sus momentos de amargura conectan con aquellos momentos en los que la vida nos da golpes, más o menos fuertes, que hacen que todo en nuestro interior se tambalee y necesitemos buscar un punto de apoyo. Para María, este apoyo fue la Cruz donde había estado clavado su hijo, pero sobre todo fue su fe en el Dios del amor. Por eso, nosotros hoy podemos apoyarnos en su amor de Madre.
Con María descubrimos que la fe no nos ahorra los momentos dolorosos de la vida, aunque ayude a darles un sentido diferente. Que incluso en aquellos momentos más oscuros y amargos de la vida, Dios no nos abandona, aunque parezca que guarde silencio. Y sobre todo, María nos recuerda con su fe inquebrantable en su hijo, que nada podrá separarnos del amor de Dios, porque al final, el amor, es capaz de vencer incluso a la muerte.
jueves, 20 de mayo de 2021
LOS SABORES DE MARÍA: AMARGO
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