Asfalto, bosques de ladrillo y cemento, ruido, escaparates luminosos, carteles publicitarios, gente caminando con prisa y que nos obliga a estar atentos para no chocarnos... Esto es la ciudad y éste es el ambiente en que nos movemos cada día. Hablar de naturaleza es hablar de una asignatura que estudiamos o de alguna escapada el fin de semana. Hemos olvidado lo que significa mirar, admirarse, contemplar con paz y tranquilidad las maravillas que la naturaleza nos ofrece. ¡Lo que nos perdemos! Si queremos aprender a orar, lo primero es aprender a ser conscientes, a abrir de par en par los sentidos, a tomar conciencia de nuestro propio cuerpo, del aire fresco que nos da en la cara, de los árboles y de las nubes blancas... y de todo lo que sentimos ante la belleza de la naturaleza. Lo segundo es aprender a callar, a guardar silencio. Desde el silencio se puede llegar a la contemplación y a la alabanza.
La naturaleza es un don. Un regalo inmenso que Dios-Padre ha hecho al hombre, por eso la alabanza irá unida a la gratitud. Con Francisco de Asís, el gran místico de la naturaleza decimos:
Omnipotente, Altísimo, Bondadoso Señor, tuyas son la alabanza, la gloria y el honor; tan sólo tú eres digno de toda bendición y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor, y en especial loado por el hermano SOL, que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor, y lleva por los cielos noticias su autor.
Y por la hermana LUNA, de blanca luz menor, y las ESTRELLAS claras que tu poder creó, tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son, y brillan en los cielos: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana AGUA, preciosa en su candor, que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!
Por el hermano FUEGO que alumbra al irse el sol y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana TIERRA que es toda bendición, la hermana madre tierra que da en toda ocasión las HIERBAS y los FRUTOS y FLORES de color y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu AMOR los males corporales y la tribulación: ¡felices los que sufren en paz con el dolor porque les llega el tiempo de la consolación!
Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad.
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