La oración es esa conversación personal con aquel que sientes que te ama. Y cuando así la vives, Dios está entero y solo para ti: ¡por algo es Dios, y es capaz de ello! Si buscas en tu mochila de Cuaresma el equipaje de la oración, no encontrarás nada: la oración no pesa, la llevas en el corazón. Y la conexión es tan rápida como el pensamiento. La batería no se agota, si tú no la apagas. Incluso los mensajes que le mandes al Señor no necesitan palabras. ¡Ojalá sintieras, en la comunicación con Dios, esa angustia e incertidumbre que sientes cuando te das cuenta que te has dejado el móvil en casa!
Te invito a convertir en rutina saludable el que, a lo largo del día en los diversos momentos, encuentros, situaciones… se te escapen del corazón oraciones de este tipo: “Te quiero, Señor”, “quiero conocer tu voluntad”, “Gracias, Señor”, “perdóname, Señor”, “échame una mano, anda…”, “qué regalo más grande me has hecho hoy”, “que no sea lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres”, “quiero ser testigo de tu misericordia” … Y deja, deja que el Señor te hable. Escúchale, atento a su presencia.
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