Ella no acepta que nos quedemos caídos y, a veces, nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con Ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita muchas palabras, ni que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Siempre hay algo que podemos decirle, algo mío, de otros, de mi entorno… ¡Ella está atenta y nos acompaña!
Rezamos un AVEMARÍA.
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