Por la calle vi una niña helada y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito pidiendo comida, por su apariencia parecía que nunca conseguiría nada, esto me entristeció mucho y sentí coraje y le dije a Dios: ¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo? Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: «Ciertamente que he hecho algo. Te hice a ti».
El Amor de Dios se quiere expresar a los demás a través nuestro, ¿Quiénes nos necesitan? ¿Qué problemas nos angustian y qué respuesta podemos dar?
«Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe... Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.» (1 Cor13, 1-3).
«El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1Jn 4, 20).
Podríamos afirmar que en el fondo no hay más que un solo amor. El amor a Dios es amor a los hermanos.
Dios omnipotente, que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas.
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie.
Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha por la justicia, el amor y la paz.
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