En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.
Este domingo es un gran día. Así de sencillo. Este día muchísimas personas en España, cientos de miles, colaborarán para quitar el hambre y la pobreza del mundo.
Nosotros, como cristianos, como niños y niñas que siguen a Cristo, no podemos quedarnos quietos... No podemos cerrar los ojos ante tanta injusticia...
Las «buenas obras» de las que habla Jesús son luz en situaciones de angustia, son sal en medio de vidas tristes, agotadas, insípidas.
El pueblo judío estaba obsesionado con las buenas obras para agradar a Dios. El profeta Isaías es muy claro: parte el pan con el pobre; no te desentiendas de los que sufren a tu lado. Pero Jesús en su evangelio, le da un giro distinto: si tu vida es como la de todos, no vives en el espíritu del Reino. Ser luz y ser sal en medio del mundo supone tomar decisiones, proponer alternativas, vivir de otra forma para que el Reino de Dios sea una realidad.
Dios omnipotente, que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas.
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie.
Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha por la justicia, el amor y la paz.
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