En una ciudad se celebró un concurso para encontrar al niño más solidario. El ganador fue un niño de cuatro años, vecino de un anciano cuya esposa había fallecido recientemente. El niño al ver al anciano llorar en el patio de su casa, se acercó, se sentó en su rezago y comenzó a llorar. Cuando su mamá le preguntó qué le había dicho el vecino, el niño le contestó: «Nada, solo lloramos juntos».
¿Qué os parece? Algo tan sencillo tan bonito, pero que solo se le ocurrió a ese niño de cuatro años... compartir lo poco que tenía, sus lágrimas.
Esta historia nos vuelve a recordar lo que somos y lo que debemos ser: luz y sal, brillo y sabor... Todos sabemos hacer cosas buenas, pero la pereza a veces nos puede, ¿verdad? Pero hoy no... Hoy nos tomaremos en serio ser testigos de Jesús, de la Verdad, de la Vida...
Dios omnipotente, que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas.
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie.
Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha por la justicia, el amor y la paz.
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