Él contestó: «Mirad que no os engañen, porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: "Yo soy el mesías" y "El tiempo ha llegado". No los sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os alarméis, porque es necesario que eso suceda; pero todavía no será el fin». Y continuó diciendo: «Se levantarán pueblos contra pueblos y reinos contra reinos; habrá grandes terremotos, hambre y peste en diversos lugares, sucesos espantosos y grandes señales en el cielo. Pero antes de todo esto, os echarán mano, os perseguirán, os llevarán a las sinagogas y a las cárceles y os harán comparecer ante los reyes y los gobernadores por causa mía. Esto os servirá para dar testimonio. No os preocupéis de vuestra defensa, pues yo os daré un lenguaje y una sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. (Lc 21,5-19)
Lo que nos quiere decir es que no vivamos con miedo, más preocupados de lo que nos pueda pasar, que de hacer nuestra misión en el mundo que es anunciar a Jesús a cuantas más personas mejor.
Si nos centramos sólo en nosotros mismos, si nos dedicamos a defendernos de los que nos puede echar algo en cara por ser creyentes, vamos a echar el tiempo en hacer cosas que no es nuestra misión como creyentes. No nos dejemos arrastrar por las preocupaciones ni por los medios; tengamos siempre claro lo que debemos hacer y vivamos la fe con valentía y con alegría. Esa es la gran fuerza de los cristianos que ha conseguido conmover a las personas: la capacidad de ser lo que somos a pesar de lo que pueda pasar a nuestro alrededor.
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