La esperanza es esa disposición para seguir luchando cuando todo parece cuesta abajo. Cuando nubarrones amenazan tormenta. Cuando uno no entiende, o no cree, o no sabe por dónde seguir.
En estos tiempos que para muchos son difíciles, se hace más necesario que nunca volver los ojos a quien puede ser para nosotros referencia, ejemplo y estímulo. Hay muchos hombres y mujeres que, con sus vidas, demuestran que es posible plantar cara a la tormenta y luchar por lo que creen justo. Pero quizás, entre todos, una mujer, María, es para cada uno de nosotros refugio, maestra y guía en el camino.
María, mujer de esperanza, te fiaste de Dios sin sucumbir al temor, a los prejuicios, a lo sorprendente. Te fiaste de Dios, aunque hacerlo te pusiera en situaciones complicadas. Dijiste «sí», poniendo tu vida en sus manos, sin hacer caso a las habladurías, a las posibles incomprensiones. Y esa palabra valiente se convierte, también hoy, para mí, en llamada...
A tener valentía a la hora de vivir la fe.
A tener coraje para tomar en serio el evangelio.
A tener audacia para buscar formas de hacerlo real en este mundo, hoy, aquí y ahora.
Tú esperaste, en ese adviento primero inesperado, al niño cargado de promesas. Y esperaste, viéndole crecer, a ver qué sería de su vida. Le esperaste cuando se echó a los caminos. A veces ibas detrás, y te fuiste haciendo discípula, también tú. Esperaste, atravesada por el dolor, al pie de la cruz. Y luego, con los que se encerraban, temerosos, también allí estuviste, siendo para ellos madre y amiga. Y con ellos confiaste, hasta que se hizo la luz el día de la resurrección.
Por eso nos invitas, también a nosotros, a fiarnos y a esperar activamente el Reino de Dios en este mundo, que juntos habremos de ir construyendo, entre todos, viviendo hermanados y anunciando la paz y el bien adonde quiera que vayamos.
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