San Félix de Cantalicio nació en Italia por el 1515. Fue un fraile capuchino sencillo y santo que no se avergonzaba de confesar que no sabía leer y escribir porque desde muy joven había tenido que dedicarse a los trabajos del campo. Pero, al mismo tiempo y con la misma sencillez, confesaba: “Toda mi ciencia está encerrada en un librito de seis letras: cinco rojas, las llagas de Cristo, y una blanca, la Virgen Inmaculada”.
Fray Félix elige un modo de vida exigente. Sus andanzas por las
calles, pidiendo la limosna y repartiendo sus palabras y consejos, estaban fundadas
en la oración. En las largas horas que dedicaba a rezar, contemplaba y se dejaba
impregnar del amor desmesurado y gratuito de Dios para luego ser transmisor de amor
y misericordia para los demás.
Un rasgo de su vida es su amor y devoción a la Santísima Virgen,
a la que consideraba Señora y Madre. De los brazos de la Virgen recibirá fray Félix,
una noche de Navidad, al Niño Jesús que, acogido por él con gran ternura, parece
jugar con su barba, como habitualmente le representan los artistas.
Y, por último, hemos de destacar su alegría. Su caminar por las
calles romanas era un testimonio permanente de alegría porque tenía una contagiosa
felicidad y un buen humor delicioso que se transmitían a los demás. El apodo que
le daban las gentes de Roma, “Fray Deo Gratias” (Gracias a Dios), se debe a la respuesta
que él daba siempre, con la mejor de las sonrisas, cuando recibía tanto una limosna
como una ofensa.
ORACIÓN ESCRITA POR SAN FELIX
quien te poseyese cuánto bien tendría.
A quien abraza bien la cruz
Jesucristo le socorre
y el paraíso obtiene
la gloria eternal.
En esta tierra nuestra ha nacido una rosa,
una bella Virgen, que es Madre de Dios.
Cruz de Cristo en mi frente,
palabras de Cristo en mi boca,
amor de Cristo en mi corazón:
me encomiendo a Jesucristo y a su dulce Madre María.
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